MARIO D. RÍOS GASTELÚ
La inquietud artística del Club de la Unión, nos dio el regalo de escuchar música de cámara con la actuación del cuarteto de cuerdas Nuevo Mundo, un grupo de jóvenes instrumentistas que radica en Miami y que realiza giras por países de Sudamérica. En el Nuevo Mundo figura un boliviano: Mauricio Céspedes, intérprete de la viola, que es el hijo de Freddy Céspedes, director de la sinfónica de El Alto y concertino de la Sinfónica Nacional. La familia Céspedes es sinónimo de música selecta, pues la esposa toca el contrabajo y una hija menor estudia violín. Los tres restantes componentes del cuarteto tienen nacionalidad venezolana: Luis Fernández, violinista; Orlando Gómez, violinista y Circe Díaz Gamero, violonchelista.
Dicho cuarteto interpretó la música de tres maestros universales: Edvard Grieg, Antonin Dvorák y Béla Bartók, todos nacidos en el siglo XIX con intervalos que marcaron épocas en la historia del sonido: Grieg en 1817, Dvorák en 1841 y Bartók en 1881. La distancia marca característica musicales correctamente demostradas en éste concierto.
La programación creó un acercamiento musical con lógicas variantes dando paso a un preclaro vecindario sonoro. En Grieg, las ideas descriptivas de Noruega y la excelsitud de un mar dominado por vikingos, trazan la personalidad artística del autor. Aquellas impresiones recogidas en las Danzas Noruegas refrescan el contenido del ambiente creativo del músico, acercándonos a su inolvidable Peer Gynt, como también al Concierto para piano y orquesta Op. 16. Esas referencias son suficientemente consistentes para comprender más la pureza sonora del Cuarteto en sol mayor Op. 97 incluido en el concierto de referencia. El sonido de las cuerdas en la versión del cuarteto visitante, dan la posibilidad de apreciar virtudes más notorias por la calidad expresiva en determinados movimientos, particularmente en la Romanza y el Intermezzo, sin que ello excluya lo demás, por el contrario, los otros tres dan paso al lucimiento técnico por encima del mensaje. Lo que queda en relieve es la armonía de voces entre violín primero y sonidos del violonchelo, motivación evocativa de la patria de Grieg.
Bohemia es la cuna de Antonín Dvorak, suelo bañado por el río Moldava, al que el compositor dedicó una de sus páginas más recordadas: Mi patria y mi pueblo. Creador de sonidos universales, el paréntesis abierto durante su estancia en América del Norte lo llevó a componer páginas de sentido americano arraigadas en todo el continente. La Sinfonía Nuevo Mundo, sintetiza toda esa visión artística, sin dejar de lado otras creaciones en las cuales dejó impreso un sello de autoría propia de la música de su tiempo. Precisamente, en el catálogo de sus obras figura el Cuarteto Op. 96 conocido como Americano, interpretado en ésta velada.
Dvorák era un apasionando del violín lo que motivó inspiraciones destinadas a ese instrumento, ya conocida su Romanza para violín. Sin embargo, corresponde a la música de cámara su más clara entrega, pues en ella se vislumbra un talento que irá profundizando sus creaciones, en la serie de cuartetos ya reconocidos e interpretados por prestigiosos grupos de Europa y América.
Lo que se escuchó fue placentero, dada la personalidad del joven cuarteto. De lo interpretado, dos momentos me impresionaron por el sonido y por el contenido de las melodías: segundo movimiento, Lento, y el final Vivace ma non troppo. Si podemos mencionar contrapunto entre voces altas y bajas o algún solo, tenemos la referencia de posibilidad técnica de los intérpretes de páginas poco difundidas en nuestro medio, como la incluida en el cierre del concierto: Cuarteto para cuerdas N° 1 de Béla Bartók.
Cierto es que, en Bolivia, Bartók es un ilustre desconocido ante la ausencia de intérpretes de su música o difusores de los sonidos impresos en placas discográficas. Alguna vez hubo un visitante que interpretó algún tema para piano. La otra posibilidad se limita a melómanos que conservan en su discoteca alguna obra de importancia. Ello lleva a repasar la música del compositor húngaro, autor de El mandarín maravilloso, El castillo de Barba Azul, Concierto para orquesta, El príncipe esculpido en madera, Danzas húngaras, Bagatelas, Divertimentos y muchas obras para violín, piano, percusión, celesta. En su obra destacan los seis cuartetos para cuerdas, de los cuales escuchamos el primero que data del año 1908, cuando Bartók tenía 27 años de edad.
En sus creaciones de la primera época, es notoria la influencia de Wagner y Brahms, tiempo en el cual compuso el cuarteto interpretado y que nos transmitió las primeras inquietudes del compositor, en el tiempo en que fue completando su serie para instrumentos de cuerda, que le llevaron a consolidar su talento puesto a disposición de la música de cámara.
Como ocurrió con varios compositores de su época, la música folclórica de la patria amada, influyó en las creaciones musicales de elevada expresión. Así como los nacionalistas rusos que llegaron a estructurar obras de maravilloso sonido, también en Hungría, Noruega, Alemania y la región de Bohemia, hubo frutos musicales recogidos dentro de la época llamada música contemporánea.
El primer cuarteto de Bartók, recoge esas impresiones de juventud y aunque está musicalmente por debajo de los otros cinco cuartetos (en opinión de expertos bartokianos), su estructura no deja de lado las características indelebles del autor: el contrapunto, la unidad orgánica entre cada movimiento y la disonancia que caracteriza casi todas sus obras.
Lo más rescatable de la velada musical fue el nivel interpretativo del Cuarteto Nuevo Mundo, pues para entrar en un análisis más profundo, es insuficiente una versión que, sin embargo, nos permite cierta apreciación en la correcta ejecución, transmisora de una entrega al estudio y discernimiento de los sonidos del siglo veinte.
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