Sunday, September 03, 2006

CULTURAL: FERNANDO ANTEZANA Y LA PINTURA EN MOVIMIENTO

Mario D. Ríos Gastelú

En el ámbito de la pintura contemporánea, particularmente en lo que se refiere a nuevas inquietudes y a lo que podemos señalar como auspiciosas creaciones, figura Fernando Antezana quien puso de manifiesto una serie de cuadros inspirados en la belleza de la vida, en el esplendor de las ciudades, en la alegría de los niños y en todo lo que puede llenar de orgullo la vacuidad de la existencia humana.

En la serie de óleos presentada en el centro Cultural Taipinquiri, nos encontramos con el paisaje urbano, pero no el que habitualmente espectamos en exposiciones de otros artistas, sino que en vez de contemplar una ciudad extendida en medio de rascacielos y montañas, como una reproducción fotográfica, el artista cochabambino pintó a la ciudad de La Paz en sus “Primeras luces”. Un doble acierto, porque observamos el despertar de una gran urbe bajo la iluminación de un temprano día. Los trazos no son los habituales, lo que hace de esa pintura una imagen misteriosa donde más que ver, se presienten edificios, calles, cumbres y gente. La tierra de Murillo cobra otra característica, distinta y más bella que una fotografía, reproducción de la realidad captada desde el ángulo de sus sombras en amaneceres y atardeceres.

Algo similar ocurre con la obra “Llojeta”, un rincón paceño cautivante en el misterio de su propia naturaleza, nada sofisticada, sólo ornamentada en sus contornos y precipitaciones naturales, dejando que el impresionismo ya sea nada más que una lejana referencia.

Hay otros motivos que acaparan la atención del observador: el movimiento, que alguna vez apreciamos en las obras de Di Cavalcanti en las que la quietud no era característica de sus pinturas, sino la apariencia de movimiento continuo, en algunas de sus obras y, particularmente, en los peces depositados en un cesto. El movimiento que Antezana destina a sus pinturas, se aprecia con mayor claridad en “Alegría” pues allí los niños transmiten sus risas y juegos en un ambiente ajeno a preocupaciones mundanas. Y si de pintura en movimiento se trata, hay imágenes de competencias ciclísticas, automóviles y gente apresurada, que dan aquella sensación, nada más que por el giro de los trazos de Antezana.

En la exposición referida, lo que también entusiasma, más halla del detalle de la pintura y el manejo del óleo, es el cambio, señal de estudio, de búsqueda, de pruebas y de encuentro con lo nuevo, porque el pintor está en otra línea, en aquella que hace de cada creación una razón particular en el empleo de la luz, fuente de energía que posibilita apreciar el color de los objetos o los seres animados.

No es el caso asistir a una muestra con la posibilidad de ver un desfile de personas iluminadas con el esplendor enaltecido por Da Vinci, o con la reiterativa visión del paisaje campestre, del mil veces ponderado bodegón, ¡no! no es el caso. Lo que vimos en Taipinquiri fue la habilidad artística para lograr que las rayas destinadas al diseño de la imagen, no sólo sean coloreados trazos, sino potenciales líneas que transmiten la fuerza en acción y, por tanto, una síntesis acertada en la realización de sus ideas respecto al movimiento, al color y al mensaje de cada una de sus obras.

La primer impresión ante la muestra, se detuvo en la búsqueda de un porqué repetir las ideas, o sea repetir ciudad, personas, máquina, instrumentos de sonidos y otras figuras, pero que en verdad nada se repite, porque la animación de las imágenes le da una proporción más que suficiente para lograr la variedad dentro de una temática aparentemente similar, además de hacer posible que la imaginación del observador, halle otras latitudes de encuentro con los mensajes que se esconden en la pintura en un acercamiento a la inspiración primigenia de Fernando.

También la mujer, como símbolo de amor, está entre las líneas creadas. Están los artistas del sonido, con sus instrumentos casi velados. Los girasoles no son los que contemplamos en decenas de exposiciones, éstos se muestran como reales del legítimo ornamento natural del medio en que crecieron. Llevan la delicadeza de toda flor y la atracción de contraste con la materia inerte.

Estas pinturas creadas sobre la claridad de un lienzo, no se alejan del sensualismo, pues son como un medio de transporte que inspira ternura en la metáfora del encanto y la sencillez. Además de lo dicho no podemos pasar por alto la técnica y el nivel del artista. Por un lado se aprecia una fuerza creadora (cerebral) que mueve los instrumentos de trabajo con tal fuerza que, en principio, la gama de colores desorienta. Son como manchas agigantadas que sólo encuentran su cause después de un detenido examen de observación. Por otro lado, está la juvenil figura del pintor, con sus 28 años de edad y bastantes exposiciones y lauros.

Por lo que nos entregó en la noche del lunes 21de agosto, por lo que hizo en años pasados y por lo que vemos con mirada futurista, Antezana se suma a los artistas de relieve en el arte de Bolivia y que, sin razón para dudar, nos puede traer nuevas sorpresas, al fin y al cabo estamos en el siglo XXI y lo que él creó en la anterior centuria, ya es versión de coleccionistas.

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