Saturday, September 09, 2006

Cultural:¿Quién mató a la llamita blanca?

RECORD DE TAQUILLA PARA EL FILME
"¿QUIÉN MATÓ A LA LLAMITA BLANCA?"

Mario D. Ríos Gastelú

Tengo impresiones y pulsaciones muy personales respecto a la película boliviana ¿Quién mató a la llamita blanca? dirigida por Rodrigo Bellot sobre guión de Juan Cristóbal Ríos Violand, estrenada en la ciudad de La Paz el domingo pasado en función de gala, abierta en el Cine 16 de Julio.

El hecho de ubicarme en una sala cinematográfica totalmente colmada de espectadores, me recordó los mejores tiempos del cine, los de aquellos años de esplendor y germinales de lo que sería en el transcurso de los años la pantalla chica, que aún no mató del todo a la pantalla gigante.

Mi satisfacción no tuvo límite por esa particular circunstancia, reforzada en la multitudinaria expectativa de un público que aplaudió al término de la exhibición, como quien reconoce una obra de arte llevada al celuloide cuyo colorido, fotografía, movimiento de cámaras, diálogos, humor, ironía, picardía, sorpresas y sarcasmos, se sintetizan en la actuación de un elenco que domina escenario y se acerca al público con la experiencias de muchas lunas contempladas.

Allí estuvieron Erika Andía y Miguel Valverde, protagonistas centrales de ésta comedia, quienes dan vida a “Los tortolitos” Domitila y Jacinto, pareja de delincuentes y personajes en los cuales descansa la mayor parte de la trama del filme, en una actuación que los vuelve a proclamar artistas de las tablas y del cine con una alta calificación. Se suman otras dos figuras destacadas y reconocidas en el ámbito de la comedia, el sainete, la revista y todo aquello que es humor de teatro, sonrisa de espacio y ductilidad escénica para interpretar papeles disímiles o momentos contrapuestos entre el humor y la tristeza: Cacho Mendieta, Pablo Fernández y Guery Sandoval.

¿Pero cuál es la esencia de la película? ¡La víctima! La llamita indefensa, extraviada y finalmente muerta. Es tan fugaz su presencia física en el escenario, que uno sólo puede destinarle una magnitud ilimitada, a la conclusión de la película, es decir, cuando comienza el repaso de lo visto, palmo a palmo, en la soledad y en el silencio de un pasajero insomnio. Allí está la Bolivia de hoy, de ayer y de anteayer. La víctima inocente, maltratada, herida, agonizante, a causa de quienes no tuvieron ni tendrán sanción. Serán los inocentes, como en la película, los que reciban las bofetadas. Y no es una ironía. Es una desgracia.

Los productores de la película, (Buena Onda Film y La Maestranza) al parecer, no quieren que veamos la realidad con los ojos nublados y, entonces, el guionista apoya su inteligencia en el fino humor que describe y el talento del director plasma una obra ya ovacionada. En las muecas, sonrisas y carcajadas, está la verdadera esencia del contenido del filme, que siendo una comedia que nos lleva a reír en todo momento, nos hunde, también, en el pesar de tener que aceptar esa realidad que legaron al pueblo boliviano, los gobernantes que saquearon al país y que aún viven impunemente.

En el otro ámbito de la película, los escenarios nos muestran la diversidad topográfica de las ciudades, de los pueblos y su ilimitada alegría en los días festivos. Abundancia de carne y licor en el festejo. Los centros nocturnos y sus excesos. La frivolidad de ciertos niveles sociales. La traición. La fuerza de lucha antidroga, corrompida por apetitos personales. La infidelidad y el amor bien comprendido y todo lo que puede ser captado en un viaje iniciado en la ciudad de La Paz, rumbo a las tierras tropicales cruzando escenarios de polvoriento altiplano, de valles, quebradas y otros escenarios donde el diálogo cambia su entonación, donde el originario del lugar muestra la proyección de su pueblo, de su estirpe y su cultura y donde nunca faltan los que se aprovechan de las situaciones.

En síntesis: una película ovacionada en su totalidad, con récord de taquilla en la primera semana de exhibición en La Paz. Cualquier brote polémico surgido del ambiente político, no tiene más valor que una expresión de desagrado, como una pincelada de yodo en herida abierta.

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